Este martes invernal bajo el regalo de un día de primavera nos ha dejado José Luis Maderal, el zamorano que un lejano día cambió los trebejos de torear por el viejo oficio de vender vino. Con Maderal se va una referencia de esa querida Zamora, de la dama del Duero, un amigo con el que mantuvimos trato directo y cercano desde que, recién comenzado el siglo, caí por Zamora y su casa, aquel elegante Crin-14 ya fue siempre la mía.
José Luis era taurino y sentía la esencia del toreo desde que siendo un chavea formó parte del ilusionado plantel de la escuela que montó en Zamora Manuel Martínez Molinero, de la que tanto orgullo sentía al integrar una hornada con gente como Pascual Mezquita –un hermano para él-, El Regio, Josele, Tito Guerra, Pablo El Divino, El Sanabrés… de la que siempre contaba con emoción que la primera becerrada que toreó fue director de lidia Antoñete, al ser apoderado por González Vera, empresario del coso zamorano.
Maderal, que además de gustarle ser un lobo solitario era un buen conversador, la apasionaba hablar de toros. De hecho, su bar, el Crin-14, ubicado en la céntrica calle de La Amargura, al lado de la plaza de toros, era el lugar de reunión de los aficionados locales y también mentidero de viejos profesionales, quienes también tenían allí el centro de reunión para ver los festejos televisados y debatir sobre el devenir de la temporada. Además, cuando pudo, en tiempos más fáciles y desahogados, frecuentaba la feria de San Isidro, tenía abono en Salamanca y no se lo pensaba a la hora de viajar para ver corridas de toros, casi siempre imantado por la presencia de Andrés Vázquez, que era su ídolo, junto a Antoñete y Julio Robles, a quien siguió por media España.
También era confidente de muchos amigos y sabía al detalle lo que ocurría en ese lujo de ciudad, en la dama del Duero. Entonces uno que era inquieto periodista en él encontró un confidente y amigo que me orientó cuando le pregunté algo, además de ser muchas las veces que fuimos a ver festejos. Por ejemplo, en mi última novela –No verás amanecer-su nombre sale en los agradecimientos por ser quien me contó tantas cosas de Pepe Somoza, de su padre, donde Pedro y también de aquella Zamora enlutada de la postguerra, que aunque no la vivió, sabía todo sobre ella por la inquietud que siempre le embargada para estar al tanto de todos los detalles.
Después, un día regresé a Salamanca y José Luis Maderal fue un puente natural con esa Zamora que siempre llevo en el corazón. Desde entonces, casi siempre que volvía a respirar los aires del Duero lo llamaba y disfrutábamos de unas horas juntos, primero al volver a su bar y más tarde, una vez jubilado, en los cocidos taurinos de La Yagona, en comidas en Casa Cipri… un gin en el Mazarinos o un viaje a Villalpando a disfrutar de la amenidad de Andrés Vázquez. ¡Se cae al alma al pensar que todo aquello es historia!
Nos queda el recuerdo de su bonhomía y desde luego la inmensa gratitud por haber estado tan cerca de una época muy bonita de mi vida. Que la paz te acompañe en este viaje a la eternidad, amigo José Luis Maderal, que este martes invernal bajo el regalo de un día de primavera nos ha dejado. DEP