El Campo Charro, la Salamanca ganadera, fue el destino de la amplia mayoría de los toreros durante el siglo XX y lo que va del actual. En busca de sus ganaderías llegaban todos los consagrados, otros modestos y también aspirantes en la que fue la mejor escuela taurina de la época. La inmensa mayoría de los grandes nombres del toreo del siglo XX tienen en sus biografía varios capítulos de vivencias en la provincia de Salamanca y todos coinciden en la dureza de aquellos inviernos, con unas heladas que hasta candaban el Tormes, al ser la época que se realizaban las faenas camperas del tentaderos. Lo decía Antoñete cuando le preguntaban por esta tierra: “En Salamanca embisten hasta los moruchos”.
Muchos años antes de que Antoñete, en sus días de novillero, se instalase en la pensión Barragués de Salamanca -con los Girón, Damáso Gómez, Miguel Flores, Pepe Cáceres…-, o de los años posteriores, cuando ya siendo torero de ferias –que es muy distinto a ser figura- pasase largas temporadas en Campo Cerrado o en San Fernando, ya venían los toreros a esta tierra. Aquí estuvo Joselito, muy amigo de Alipio Pérez Tabernero-Sanchón, de la familia de Espioja, de Ignacio Sánchez y Sánchez…; Juan Belmonte, que hasta en Padierno –de Argimiro Pérez-Tabernero- sufrió una grave cornada. Y toda la torería andante de las épocas venideras.
También, esa atracción ha sido protagonista de las páginas de sucesos, casi siempre por el negro toro del asfalto. Hoy quiero recordar uno de aquellos episodios. El protagonizado por el triste final de Pastoret, que era como se anunciaba el almeriense -aunque nacido en Orán-, Francisco Ferrer Rodríguez, matador de toros de segunda línea de las primeras décadas del pasado siglo, donde la sombra de José y de Juan apenas dejaba entrar ninguna luz. Pastoret, que nunca pasó de las medianías, fue un torero discreto, cuya mayor virtud era su facilidad con la espada.
En activo continuaba en la temporada de 1927 y en el verano de aquel año, el 20 de julio, acompañado de Alvarito de Córdoba, un antiguo novillero, que en esas fechas, ya cortada la coleta, era su apoderado, viajaron a Salamanca, hasta la finca Calzadilla de Mendigos, para comprar unos toros a don Ignacio Sánchez Sánchez y dejar cerrados varios tentaderos de cara al inmediato invierno. Realizaban el viaje en el automóvil del matador, un vehículo italiano de dos plazas, que circulaba a gran velocidad y se vio sorprendido por un tramo de curvas entre las localidades de Narros del Castillo y Salvadios. El automóvil volcó, al no poder hacerse Pastoret con su control, tras derrapar en una curva, quedando con las cuatro ruedas para arriba y aplastando a los infortunados ocupantes, quienes fallecieron en el acto.
Desde entonces, aquella curva de la vieja carretera que une Ávila a Salamanca, sin asfaltar aún en muchos tramos, se le conoció entre las gentes de la zona como la curva de los toreros. Además, no sería el último percance protagonizado por un torero en ella, porque muchos años más tarde, el 2 de enero de 1976, el joven diestro salmantino El Niño de la Capea sufre un accidente de tráfico en ese paraje, que en invierno al ser un lugar umbrío multiplica los riesgos, cuando se dirigía a al aeropuerto de Barajas para tomar un vuelo y continuar la temporada americana. Al Niño de la Capea, que salió despedido por la luna y sufrió heridas en su rostro, lo acompañaba Carmen Lorenzo, aún eran novios, que resultó lastimada una fractura de tobillo y su amigo José María Pedraz, con un golpe en la cabeza.
Vaya este recuerdo para aquellos infortunados Alvarito y Pastoret, a quien aún recuerdan las gentes de Almería, por ser un torero radicado y originario de aquella luminosa tierra, aunque hubiera nacido en Orán.
En ese tramo el camión del rejoneador Jose Ignacio Sánchez y Sánchez sufrió un accidente y murieron algunos caballos de torear
Gracias Paco Cañamero. Esta triste noticia me hace recordar a mi padre, pues siempre que pasábamos por el fatídico lugar me decía: Está es la curva de los toreros.