Paseando entre encinas

La mañana invitaba a salir bajo el buen tempero primaveral para aprovechar el día ante la entrada de un frente que asolará de lluvia y frío a la Semana Santa, según anuncian los partes meteorológicos. Es el Domingo de Ramos -quien no estrena no tienes pies ni manos- y mientras la Borriquilla procesiona por ciudades de media España, dejé seguir mi alma al buen tuntún y cuando me quise dar cuenta estaba en Herreros de Peña de Cabra, ya con las primeras estribaciones serranas. Allí, en ese valle de Peña de Cabra que invita a soñar, donde Julio Robles hizo realidad sus sueños de grandeza torera. Carretera adelante, entre frondosos y bien cuidados montes de encinas, con las fincas acicaladas y verdeando los campos en esta primavera para enmarcar, tras un laberinto de carreteras alcancé Narros de Matalayegua, pequeño pueblo que es símbolo de algo que los políticos han bautizado con el horroroso nombre de la España Vaciada. Sobre Narros volaba a baja altura un bando de buitres que miré de reojo -en previsión, por si me atacaban- antes de dejarme perder por sus calles, sin apenas vida, mientras recordaba la grandeza del señor Esteban, aquel artesano local que alcanzó estatus de figura haciendo botos y botines de tafilete para los toreros, quienes llegaban a tomarse medidas a su taller en sus imponentes vehículos, en una escena habitual que se vivió Narros durante muchos años. 

Iglesia de Narros de Matalayegua

A la salida y siguiendo otra dirección, enseguida aparece al lado de la carretera, a mano izquierda, el pequeño corral de muertos, levantado con piedra berroqueña y decido parar el vehículo para adentrarme en su interior al observar que la puerta está abierta. En medio de esa paz que se respira en los cementerios, pienso en lo divino y lo humano, recordando que allí duermen el sueño eterno antepasados míos por vía materna. De nuevo en marcha y estando en esa comarca que rezuma charrería es buena ocasión para visitar al Cristo de Cabrera, no muy lejano y donde los molinos de viento para producir electricidad de la vecina sierra de La Dueña son la mejor brújula. Mientras llegamos, dejando atrás alguna finca que buscan la rentabilidad con la explotación de la caza mayor, hermosos ciervos se asoman a la carretera para ver los coches que van y vienen, uno es feliz disfrutando de ese Campo Charro convertido en un regalo de la naturaleza 

Ermita de Cabrera, en Las Veguillas

En Las Veguillas, pueblo de gentes labriegas y ganaderas, el viajero da una vuelta y comprueba lo bien acicalado que está hasta detener los pasos al alcanzar un bar y parar a tomar una cerveza para refrescarse. Se llama bar El Estanco y en su interior se reúne la gente del pueblo que charla animadamente y mientras se degusta el refrigerio observo las fotos que cuelgan de sus paredes, además de otras antiguas. Poco a poco, el bar se llena, porque coincide con la salida de la misa y es la hora del vermú, aunque en esta ocasión los parroquianos llegan con el ramo de laurel tan significativo de esta fecha.


Ya de vuelta y tras pensar si encaminamos a Linares o Salamanca, finalmente emprendo el camino de Vecinos mientras trato de buscar una emisora y con desesperación, el dial de su radio solamente sintoniza Radio María, por lo decido buscar un CD y encuentro uno de Gabriel Calvo, con canciones de la tierra, ya a punto de llegar a la primera meta. A Vecinos, un pueblo dividido por la carretera que une Salamanca con la sierra, en el que hacemos una nueva parada para comprar dulces en su panadería, ver a un amigo y tomar algo en un bar que cae a mano. Entonces llama la atención el sonido del chiflo del afilador, aunque con indignación observamos que proviene de la megafonía de una furgoneta y, por tanto, pierde todo el romanticismo que envolvía a estos nómadas errantes de la flauta de pan que fueron una estampa de la infancia y llegaban desde el pueblo orensano de Nogueira de Ramuín.

El toro bravo, una huella de identidad del Campo Charro

El viajero pregunta al conductor de la furgoneta si eran gallegos y le contesta que no, que son de Salamanca. Deduce que son gitanos, algo que confirma enseguida cuando el acompañante, en quien no había fijado, salta y con euforia grita, con el deje caló: “Pero si es el ‘Cañimero”, “mira Pepe, si es el ‘Cañimero». El viajero enseguida lo reconoce, al ser un viejo conocido, que hasta hace poco vendía zapatos por los mercadillos, a quien saluda y van a tomar unas cervezas al Portón de la Huebra –que es uno de los mejores restaurantes de la comarca-. En el encuentro, el viejo conocido, le cuenta que las cosas están muy mal y en el oficio de afilar cuchillos por los pueblos se defienden y sacan un buen jornal, porque los de Orense hace ya años dejaron de venir por la dureza de tener que pasar largos meses fuera de casa. Al despedirse le enseñan la forgoneta con los esmeriles a los que no se resiste la hoja más roma, además de navajas, cuchillos y tijeras que levan para vender: «Mira, ‘Cañimero’, todas de Albacete», mientras trato de hacerme el despistado el ver en una de ellas inscrito su procedencia: Made in Taiwan.


De nuevo en carretera y, ya en los confines del casco urbano, a la derecha aparece un huerto digno de verse y del que destacan unas lechugas primerizas de hojas altas que llaman orejas de burro, mientras recuerda a Luis García Campos, aquel pintor bilbaíno enamorado del Campo Charro que fue gran amigo del viajero y con el que disfrutó tantos momentos en su vivienda museo de Vecinos. La vuelta la hace por Matilla de los Caños, el pueblo de los mejores leñadores para alcanzar, en Robliza de Cojos, la carretera de Portugal e ir directo a su feudo, tras este paseo entre los encinares, dejándose perder por la magia del Campo Charro. 

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

13 comentarios en “Paseando entre encinas

  1. Yo también hago esos recorridos…… por el Campo Charro y Campo de Ledesma, y nuestra zona de Bravo…. Olmedo, Villavieja.
    Siempre encinas y toros. Saludos.

  2. Emociona este texto ,que como siempre brillante .
    Si otro día vienes por esta ruta a 1 km de Narros estás invitado a un buen embutido iberico casero jiji

  3. Muy bonita Paco, a ver cuando sacamos tiempo para hacernos una marchita a pie con la cuadrilla y la bota de vino.

  4. Y muy buena gente en Narros y alrededores,Barbados,Sancho-G9mez, Albacete, Cortos,Herreros esa zona es gente muy sana y de campo q no se acaben

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