
Década de los 70 y 80 del pasado siglo. Tiempos de Semana Santa con parón taurino que arrancaba el Domingo de Resurrección; porque entonces a nadie se le ocurría programar un festejo el Sábado de Gloria; ni menos aún el Jueves o Viernes Santo. Ese domingo, que el mundo cristiano celebraba la resurrección de Jesucristo, en numerosos plazas se echaba la casa por la ventana con programación de importantes corridas, hasta el punto que era una de las fechas emblemáticas del calendario taurino y ya la temporada cogía velocidad de crucero. Hoy Sevilla acapara la casi totalidad, pero antes ese domingo acartelaba corridas de postín, con carteles rematados, en Barcelona, en Málaga, en Madrid –la esencia de Curro Vázquez brilló muchas veces en esa jornada- y el mencionado de Sevilla que, a medida que pasaban los años, gracias a ese comodín que fue Curro Romero, adquiría más notoriedad. También infinidad de novilladas, ejemplo de Zamora, donde se colgaban las túnicas procesionales y después de dar cuenta del típico plato dos y pingada, la gente acudía al coso de la calle Amargura. Y muchas más ciudades.
Las jornadas previas eran yermas, hasta que a finales de los 80 comenzaron a programarse festejos. Aún recuerdo ese llamado Sábado de Gloria cuando en Aldeadávila de la Ribera, durante varios años, se organizaron festivales de lujo. Eran tiempos que ese municipio estaba regido por un alcalde taurino llamado Jesús Carretero y, durante su mandato, para celebrar que no se construyese un proyectado cementerio nuclear, tiró la casa por la ventana con un festival de campanillas, siempre bajo el gancho del Niño de la Capea -que también lidiaba sus reses- y Julio Robles; además servían para proyectar a José Rubén, un novillero local que en esos primeros momentos de su carrera formaba auténticos alborotos.
Entonces, en medio del vacío, muchas de las ganaderías del Campo Charro aprovechaban para tentar y durante un largo tiempo eran célebres los que acogía la finca Esteban Isidro, propiedad de Manolo Chopera. Entonces, el inolvidable empresario donostiarra, finalizado el Domingo de Ramos se plantaba en Salamanca, instalaba sus reales en el Hotel Regio y por la mañana, temprano, salía para la finca a la que regresaba por la noche. Así durante casi una semana, hasta que en la tarde el sábado ponía fin y marchaba para seguir el frente de sus plazas y toreros. Rodeado de su gente de confianza, siempre con Simón Carreño de mano derecha, invitaba a los toreros que apoderaba, a alguno de su confianza, además de otros de Salamanca, en largas jornadas de tentadero. En no pocas ocasiones, el propio Manolo Chopera, con sus casi dos metros salía al ruedo para matar el gusanillo y dar unos muletazos. Aquellos tentaderos de Esteban Isidro fueron otro importante capítulo de la Salamanca campera y ganadera, siempre en el escenario de Semana Santa, en jornadas que a nadie dejaban indiferente. Ni siquiera a los toreros, que también sabían que a Chopera le gustaba siempre el ganado con seriedad y presencia, incluso en el campo.

Cuantos recuerdos de Esteban Isidro antes de que lo tuvieran los Choperas y Lisardo Ssanchez
pregúntale a Isabel Tabernero.