Despertamos este martes embargados por la tristeza de una noticia inesperada. De la muerte de Paco Camino y el definitivo adiós a una leyenda, a uno de los toreros más grandes de todos los tiempos. Un legítimo maestro que atesoraba la listeza, la facilidad y la elegancia convertida en arte. Un genio durante las más de dos décadas que permaneció en el toreo, siempre de primera figura formando parte de aquella Santísima Trinidad que completó con Puerta y El Viti, compartida esa época con otros grandiosos toreros, cada cual diferente y con su personalidad, sin parecerse ninguno entre ellos, aunque después todos tuvieron sus imitadores en las nuevas hornadas que los sucedieron.
Camino llenó una época y siempre queda su leyenda. La de aquel muchacho de Camas, hijo del peón Rafaelillo de Camas que aprendió a lancear en el campo de fútbol de su pueblo de manos de otro genio, del gitano Salomón Vargas, a quien la historia no ha acabado de darle el sitio que se ganó, porque un poco antes también enseñó al otro genio de Camas, a Curro Romero, tan distinto uno del otro. Y ahí enseguida se fija y casi lo adopta Salvador Vega, de los Gitanillos de Triana, que lo dirigió esos años y en aquella Zaragoza de finales de los 50, con Baquedano de empresario, sale lanzado en las novilladas de promoción. Y ya fue imparable, hasta que poco después se hace cargo de su carrera don Pablo Chopera.
Camino enseguida se hizo figura y rico. En una época en la que pasaba los inviernos en Salamanca, ciudad que lo acogió con los brazos abiertos y en la que fue uno más. De entonces hay casi para escribir un libro con tantas vivencias, porque incluso fue propietario de la finca Espino Rapado, que unos años más tarde le vendió al Niño de la Capea, su discípulo más aventajado y a quien aconsejó desde los años que el de Chamberí era aún novillero sin caballos y acudió a verlo, junto a Eliseo Moro El Giraldés –otro excepcional caminista- a una novillada celebrada en la segoviana localidad de Carbonero el Mayor. Desde entonces, Paco Camino, que era El Niño Sabio de Camas siempre estuvo cerca del Niño de la Capea (guardándole este una admiración sin límites).
En Salamanca, Camino, era muy querido. Años de juventud, gozalón y con ganas de divertirse, donde alternaba cada día se hizo amigo de la mayoría de los ganaderos y hasta tenía reservada todo el año una habitación en el Gran Hotel. Entonces venía mucho con Julio Aparicio, de quien era íntimo y también con Antoñete, a quien los solía acompañar el gran peón Antonio Checa. Eran el esplendorosa época de Puerta, Camino y El Viti, años de oro del toreo, donde Camino fue muy considerado en el ambiente local, de hecho el crítico Don Lance –también caminista- le dedicaba generosos reportajes en las páginas de La Gaceta Regional. En esos años, además, gozó de las preferencia de la afición charra, que lo aplaudió repetidas veces en La Glorieta, plaza en la que también sufrió una grave cornada.
Después, tras su segunda boda con Mari Ángeles Sanz se instaló en su finca de Arenas de San Pedro, a los pies de Gredos y ya venía menos, sin la intensidad de antes, aunque las ganaderías del Campo Charro seguían siendo de mi preferencias. Ya por entonces, las visitas eran más extensivas a Matilla, a la casa de Alipio y María Lourdes, junto a Campo Cerrado, donde tuvo íntima amistad con don Atanasio, extendida a su hijo Bernabé y a Gabriel Aguirre, aunque con Gabriel tiempo después acabó discutiendo y yo no volvió más. Precisamente, también, el momento más triste de su carrera fue cuando las heridas producidas por un atanasio a su hermano Joaquín, que era su peón de confianza, en Barcelona, acabaron con su vida. Y Camino acusó un enorme bache de dolor.
En Salamanca nunca faltaba en los acontecimientos sociales de sus queridos Santiago (El Viti), Pedro (El Niño de la Capea) y Avelino (Julio Robles), siempre acompañado de su fiel Isabel Sánchez-Flor, su tercera esposa, donde nunca faltaba el abrazo de tantos amigos. Porque por las cisnctancias explicadas estuvo muy cercana a la terna de oro del toreo y charro y con Robles, a quien conoció cuando iba de vinos a La Fuente con los atanasios y Julio trabajaba de camarero en una bar de la Plaza Mayor, poco después coincide tantas veces en Campo Cerrado y antes de comenzar el tentadero echaban un partido toreros y capas, casi siempre en dos equipos llamados los de Madrid y los de Salamanca, donde jugaba el propio Camino, Antoñete (que era un fenomenal futbolista), el peón Checa, los capas Juan José y Julio Robles, además de algún torero que estaba en esa casa ganadera que gozaba de tanto tronío y les servía para calentar las piernas. Después, Camino fue muy amigo de Robles y además testigo de su alternativa en Barcelona, toreando junto en decenas de corridas. También gozó de la amistad de Antonio de Jesús, de Paco Pallarés, de Víctor Manuel Martín, a quien le dio la alternativa en Barcelona y al ver sus brillantes condiciones dijo: cuidado con ese patas largas, que tiene mucho peligro.
Tuve la suerte de tratar en numerosas ocasiones a Paco Camino, de entrevistarlo y saludarlo cuando lo encontré en los caminos de la vida. Entonces siempre me preguntaba por sus amidos de La Fuente de San Esteban y por cosas de esta tierra.
– ¿Qué tal Juan José? ¿Y qué es de Modesto? ¡Qué rica estaba la jeta del Jorreto! Qué embutido y carnes más buenas tenía el señor Ramón, el padre de Pallarés. ¡Si don Atanasio levanta la cabeza los mata a todos a hostias! ¡No hay mejor tierra que Salamanca, eso es el paraíso! ¡Hablo mucho Santiago y es la mejor persona que conocí! ¡Pedro El Capeaes el tío más listo del toro!
Se emocionaba hablando de esta tierra en la que, allá en los primeros años de la pasada década de los 60, fue uno más. En la que dejó esencia de su paso por la vida y en la que triunfó a lo grande. Esta Salamanca patria de Santiago Martín El Viti, quien fue un gran rival y del que, junto a Puerta, formó la Santísima Trinidad del toreo.
Que la tierra le sea leve al maestro, que tanto engrandeció el arte del toreo y en los últimos años sufría al ver como prostituían con tanta frecuencia esta Fiesta en la que su nombre quedó escrito entre los más grandes. Porque Camino jamás se calló y dijo las cosas por su nombre, ni dejó que nadie le ganase la merienda; de hecho hasta se lió a guantazos una tarde con El Cordobés en la plaza de Aranjuez; o en un programa de aquella televisión en blanco y negro que presentaba José María Íñigo hizo lo mismo con un encastado Palomo Linares. O más recientemente cuando, junto a José Tomás, devolvió la Medalla de Oro de las Bellas Artes, al ver cómo se ensuciaba tan destacado galardón.
Hasta siempre y que descanse en paz.
Gracias Paco por tu entrañable descripción y recuerdo de este gran Torero al que nunca olvidará el buen aficionado.
No me atrevo a hablar de Paco Camino como torero. Me mataríais . Pero si quiero decir que pocas veces me he reído tanto como escuchándole .
Que adiós lo tenga en Su Gloria