Apetecía el sábado perderse entre los encantos de la provincia y disfrutar de una tarde de toros, más en esta época en la que escasean las ocasiones de presenciar festejos. Dada la oferta presentada marchamos a Lumbrales, la capital de ese pequeño país del oeste salmantino llamado El Abadengo, que programa unas fiestas patronales a finales de agosto con tanto relumbrón que ningún otro pueblo supera. Y por más que se han esforzado, en ningún otro lugar, han conseguido desplazar a Lumbrales de ese pódium, porque a la alegría que se vive en sus calles se suma la generosidad de su gentes.
Era el primer festejo de la particular miniferia que anuncia cada año bajo la gerencia de la empresa Ángel Manuel Castro-Nacho Matilla y para abrir boca estaban acartelados Diego Mateos y Noel García, dos jóvenes valores de la escuela taurina de Salamanca, a quien aguardaban cuatro enclasadas reses de Miranda de Pericalvo. Se anunciaba para las 19 horas y en acasos minutos, poco antes del paseíllo, una avalancha de jóvenes con sus distintivos de las peñas pobló los tendidos en sus tres cuartas partes. Y hasta en eso esta plaza es pintoresca e incluso por el bullicio recuerda mucho a Pamplona, pero mucho. Porque también tiene su zona de sombra, en el tendido bajo la balconada del Ayuntamiento y ahí se sientan los aficionados –en Lumbrales los hay muchos y muy buenos-, mientras que en el resto de la plaza las diferentes peñas que van más predispuestas para la fiesta y a esperar la merienda que a presenciar en sí el festejo, a no ser que algún torero los emocione y entonces todos a una lo jalean. Además, en Lumbrales, al igual que en algunas plazas levantinas, existe otra curiosa y sana costumbre. Se trata de dar cuenta de la merienda al rodar el tercer novillo, siendo un espectáculo ver a cada cuadrilla de amigos con sus embutidos, hornazos, carros de bebida… dando rienda suelta al buen comer. A los 20 minutos, con la panza llena, se reanuda el festejo.
Todo ello en un marco con sabor, aguardando la tradición y la esencia de un pueblo, coronado por un precioso torreón berroqueño que, por su altura, es fácil divisar desde varios kilómetros a la redonda, completado con un palco para las músicos en la parte inferior que es una maravilla. Después, el resto de la plaza guarda todo el sabor, algo fundamental en esta Fiesta a la que algunas modernidades le han hecho perder su esencia. Por eso, el Lumbrales se vive la Tauromaquia del pueblo, la de verdad y la que debe supervivir, de ahí que estos espectáculos merezcan una distinción especial, porque aquí está la base de la Tauromaquia. Nunca en carteles de corridas con reses aserruchados.
Y por lo demás nos quedamos con el buen sabor de Noel García, nieto de esa leyenda de los picadores como fue Victoriano García El Legionario, tantos años en la cuadrilla de Julio Robles. El Legionario, con su habitual discreción y señorío, siguió las evoluciones de su nieto desde el tendido de sombra. Noel atesora un buen concepto y además tiene personalidad, sabiendo torear despacio. Por eso hay que verlo más y seguir su evolución, al igual que Diego Mateos, también con buenas condiciones, aunque le sobró el cabreo con el palco cuando de manera justa no le concedió la segunda oreja al matar el segundo de su lote. El respeto a los palcos es fundamental dentro de la Fiesta.
Por lo demás, estos días, volveremos a dejarnos perder por Lumbrales para disfrutar de la esencia de una Fiesta pura e íntegra; la legítima y que en ejemplos como este han estado siempre las auténticas bases.
Gracias Paco por el buen relato de las fiestas de mi pueblo Lumbrales. Muchisimas gracias y Viva los toros y las fiestas. Y salud para otro año. Y por favor sigue escribiendo. Un abrazo .