La puerta grande de Madrid se está convirtiendo en algo desvirtuado, cada año menos meritoria por la ligereza de los palcos, junto a un público domesticado y servil al sistema que desconoce la verdadera grandeza de la Fiesta. El triunfo en Madrid para poder salir en volandas a la calle de Alcalá siempre fue mucho más exigente, más serio, con mayor contundencia y después de haber realizado una faena que tuviera la perfección de la estocada.
Es cierto que tras el polémico rabo logrado por Palomo Linares a un atanasio en 1972, el endurecimiento de Madrid fue muy significativo y ya las salidas en hombros quedaron muy reducidas durante la larga cuarta parte que restaba de siglo. De hecho hubo también hubo varios diestros que lo pagaron más caro.
Por cercanía fui testigo de las puertas grandes que le birlaron en Madrid a Julio Robles, casi siempre con el comisario Font Jarabo en el palco. Todas ellas hoy serían de dos orejas contundentes, enseñando el presidente los dos pañuelos a la par. Desde el toro de Lázaro Soria, el de Ramón Sánchez, otro de Atanasio, un Raboso, otro de Felipe Barlolomé… cuajados de principio a final en unas faenas que hoy, tantos años después, aún seguimos recordando. Un tanto parecido también le ocurrió a Ángel Teruel, quien debía sumar en su palmarés 3 o 4 salidas en hombros más en La Ventas que las conseguidas. Además de otros toreros que se vieron privados.
Ahora, en los últimos años, es fácil saborear el momento de salir por es puerta. La puerta de la gloria y de Madrid al cielo. Aunque también es cierto que muchos triunfos apenas tienen la necesitada repercusión en forma de contratos. No olvidemos, por ejemplo, la de David de Miranda, las de Fernando Adrián, a quien pese a ello tanto le está costando; la de Juan de Álamo, después de cortar un montón de orejas sueltas, tras el gran éxito no encontraron el revulsivo esperado.
Y además, en esta decadencia que vive la Fiesta, esas salidas en hombros se ha vuelto crispadas, donde el torero no es aplaudido, ni admirado tras el triunfo, que es el verdadero motivo. Desde hace años, más o menos desde la pasada década de los 90, las puertas grandes suponen un quinario que va en aumento, un verdadero linchamiento de gente que tira para arrancar jirones del vestido de torear y, al final, no son más que un sufrimiento, mientras el resto de espectadores (no aficionados) graban con sus móviles el momento. De hecho observamos fotos de otras épocas con toreros en volandas y ninguno era avasallado, ni tan siquiera le arrancaban los machos de su casaquilla. Hoy hasta da pena ver salir a un torero por la puerta grande y ya no solamente de Madrid, también de Sevilla (donde esos atropellos van en contra de su elegancia) y de la mayoría.
Ese señorío y elegancia de una salida en hombros debe recuperarse y poner orden. Porque los linchamientos actuales van contra la grandeza de ese momento tan importante para un torero, como es el de disfrutar de su triunfo.