Enrique Ponce acaba de protagonizar otro alboroto artístico, ahora en El Pilar de Zaragoza -aunque emborronado por su espada de hojalata-. Uno más en esta temporada donde ha sido capaz de coleccionar un racimo de faenas para enmarcar, históricas todas ellas. Desde la colosal de Madrid -también su espada-, las de Santander, Salamanca, Albacete, Logroño, la nombrada de Zaragoza y otras más en un año que va quedar escrito con su nombre. El ‘año Ponce’, el del sabor torero del caviar.
Enrique Ponce, que es la elegancia impregnada por el añejo sabor de la torería, tiene por montera el particular birrete de maestro. Su longevidad rompe los moldes del toreo y, hasta hoy, solamente la supera Eloy Cavazos y Curro Romero, aunque el mítico Faraón de Camas durante varios años apenas torease más que unas pocas corridas, pintadas para él, en Sevilla y en el rincón gaditano. Por esa razón el ejemplo de Ponce ya rompe todos los moldes fruto de una clara regularidad gracias a su técnica y adornado por la torería.
Ponce ha sido -junto a a José Tomás, Morante y después El Juli- la figura que enlaza el final de los Manzanares, El Niño de la Capea, Robles, Curro Vázquez, Ortega Cano… en una época que reinaba Espartaco, un diestro arrollador pero sin clase, con la nueva época del toreo. Además, en el principio del reinado de Ponce estuvo al frente del escalafón en una época que rivalizaba con Finito de Córdoba, Caballero, El Cordobés, Jesulín o Manolo Sánchez… entre otros. Así se mantuvo hasta la llegada del gran José Tomás de las temporadas 1997, 1998 y 1999, también la explosión del arte Morante de la Puebla y el infatigable ardor de El Juli, siempre adicto al triunfo. Independientemente de todo Ponce fue el rey en esa época gracias a su técnica y estética, para volver a recuperar su trono con orgullo y eso que la espada le ha quitado mucho. ¿Qué hubiera pasado si Ponce en este 2016 hubiera matado? A bote pronto les diré que se estaría hablando de una de las más grandes campañas de siempre.
A Ponce nadie le ha regalado nada y hasta vivió un año y medio de dureza desde la alternativa hasta una tarde valenciana de la Feria de San Jaime de 1991 al caerse del cartel Roberto Domínguez y El Soro aprovecha para matarla en solitario y triunfar, ya camino de todas las ferias. A partir de ahí llega un contundente e inmediato triunfo en Bilbao –plaza donde se le reverencia desde ese instante- tras desorejar al toro ‘Naranjito’, de Torrestrella que, de manera definitiva, lo hace figura del toreo. Desde entonces ha cuajado cientos de triunfos, entre ellas la histórica faena el toro ‘Lironcito’, de Valdefresno, en Madrid, al que le corta una oreja que vale más que una puerta grande. Pero en Las Ventas triunfa más veces y sale en hombros tres veces, junto a otras tantas faenas de triunfo que pinchó, sumadas a la del toro del Puerto de San Lorenzo de la feria de 2016 al que torea con su estética y reconocido gusto, pero que volvió a pinchar para cerrarse otra puerta grande. La faena anticipo de esta temporada para recordar que ayer en Zaragoza puso un pilar de oro.
Porque esta temporada ha aparecido el mejor Ponce, el de los faenones y el caviar de la torería gracias a una ambición y un hambre a cargo de quien ya lleva ¡veintisiete temporadas de matador! a sus espaldas y sobrado para volver a enamorar a las más exigentes aficiones. Las mismas que se han rendido a este valenciano que tiene por montera el particular birrete de maestro.