A falta de la última corrida, la del cierre, las Fallas de Valencia han sido un claro escaparate para mostrar todos los males adueñados de la Fiesta. De abusos, de falta de palabrería, de fraude, de dar de lado a la afición y de buscar el triunfalismo a cualquier precio. En este último punto ahí está la segunda oreja a Roca Rey tras un bajonazo o la de Ponce en su primera actuación, tras un sartenazo, contribuyendo ambos trofeos a restar la grandeza a la Fiesta y a dar por bueno el todo vale.
No digamos ya de toros afeitados y que se han dado por buenos e incluso novilladas –la del Parralejo no tiene nombre-, además de mostrar a un escalafón que necesita aire fresco, en la mayoría de los casos con casi todos los toreros cortados por el mismo patrón y protagonistas de interminables faenas, en la mayoría de los casos aburridísimas. Por esa razón tanta gente está dado de espalda a esta Fiesta tan ligt, hecha al antojo de unos cuantos taurinos llamados el sistema –conformado por la poderosa Casa Matilla, Simón Casas, Ramón Valencia y pare usted de contar-, que se lo guisan y se comen, enriqueciéndose ellos mientras el prestigio de la Tauromaquia se va por el desagüe.
Lo triste es que Valencia ha sido el inicio de una carrera de un año que se antoja fundamental y la continuación de todos los males, con los mismos y las mismas, con ese Matilla convertido en dictador y ese francés vendehumos sin palabra mala, ni hecho bueno, que es un cáncer para la Fiesta.
En vísperas de presentar Simón Casas el peor San Isidro de la historia y donde ha engañado a la afición con la tomadura de pelo del bombo, que no tiene ningún sentido con ese planteamiento, este francés sigue riéndose de la afición y pasándose por el forro la grandeza del toreo. Ahora ha dado un puñetazo a la dignidad de Valencia al ningunearla a ella y a la renovación del toreo con la sustitución de Emilio de Justo, el extremeño que se ha ganado por méritos propios un sitio en todas las ferias –aunque el sistema esté como loco por cortar su vuelo- y en lugar de darle ese sitio a Pablo Aguado, un torerazo que se lo ha ganado llamado deciden premiar a ¡Finito de Córdoba! Y ojo que Finito es un gran torero, aunque malogrado por irse a la Casa Matilla con la idea de ser un gallo y al final salió desplumado, prueba de ello es su actual situación mendigando carteles.
Esta ha sido la última maniobra del charlatán, quien desde su trono de Las Ventas se ha convertido en otro cáncer del toreo, siempre sin palabra mala, ni hecho bueno, en su política que lo ha convertido en un vendehúmos.
Amigo Paco, tu acertado comentario es machacar en hierro frío, más no dudes que al aficionado no nos pueden engañar. te animo a continuar, alguien se dará cuenta. Un abrazo.