Una tarde al servicio del triunfalismo

Mientras se celebraba la corrida, uno dejaba la mente volar en su recuerdos. Serán ya los muchos años en el oficio, reflejados en unas sienes cada día más plateadas y quizás por haber vivido tantas cosas bonitas desde muy joven que, comparadas a las actuales, uno tiene claro en qué momento fue más feliz. Y mientras las agujas del reloj corrían despaciosamente y los cielos abrían tras la lluvia que hizo acto de presencia antes del inicio, perdí varias veces la mirada en la bella estructura del reloj de La Glorieta, el más hermoso de todas las plazas de toros, del que aún tengo vivo el recuerdo de hace ya un porrón de años cuando había un encargado de su mantenimiento, llamado Chan –a la vez electricista del Ayuntamiento capitalino- que veía las corridas desde el tejadillo de la andanada donde está ubicada la caseta, accediendo al exterior por una portezuela aún existente. Ante aquel reloj, que ha marcado tantas horas de triunfo, mientras en el ruedo abundaban monótonos muletazos en las larguísimas faenas ya habituales en el toreo moderno, retrocedí a una tarde que Julio Robles fue capaz de pararlo mientras toreaba magistralmente a un toro de Joaquín Buendía. Cerraba los ojos y presenciaba cómo si fuera ahora mismo esa faena, embutido en aquel corinto y azabache que únicamente se puso en dos ocasiones y ahora se muestra, para añoranza de los nostálgicos, en una estantería del restaurante Pacheco de Vecinos. Aquella ocación, Julio llegó infiltrado al estar afectado por una lesión de abductores que le quitó muchos contratos y no poco dinero por esa época para sacar todo el manantial de su torería y regalarnos una tarde inolvidable donde hasta paró el reloj. Entonces, los más apasionados roblistas, con el gran y entusiasta Félix Rodríguez (fuenteño afincado en Ciudad Rodrigo) al frente no dejaba de repetirlo: ¡Hasta ha parado el reloj de cómo ha estado! ¡Que veinte muletazos! Y allí, justo debajo del reloj otra día vi por primera torear a S. M. ‘El Viti’ en Las Hermanitas (solamente llegué a verlo varias veces en este festival que, entonces, era un acontecimiento taurino de la temporada) y hasta sentí la emoción de aplaudir por primera vez a quien ya era una leyenda y gran señor del toreo que acababa de rubricar hacía pocos años su gloriosa página artística.

 

Malo que uno recuerde tanto, porque hay dos cosas que conducen a ello, o se ha perdido afición o esta no es la Fiesta en la que uno fue educado. Seguramente sea la segundo, porque la afición siempre aflora, al igual que el sentimiento cuando surge algo de verdad, de pureza o incluso de sincera entrega. Porque la Fiesta ha cambiado en sus patrones, sus formas y casi en los conceptos desde una quincena de años para acá. Ahora las figuras se han montado su propio submundo, con sus ganaderías de cámara y siempre el triunfalismo presente. Porque el triunfalismo se ha convertido en el final de una tarde de toros (pronto los carteles dirán ‘al final del festejo la terna actuante saldrá en hombros’) y la de Salamanca ha sido un claro ejemplo de ello, donde sobraron claramente tres orejas.  Pero claro, en Salamanca y la mayoría de los lugares, ya no hay aficionados que conocen la lidia y saben valorar el buen toreo, además de censurar cuando les da gato por libre. Y ahora todo vale y la gente que acude al reclamo de las figuras no lo hace más que para aplaudir locamente y pedir las orejas al rodar el toro, a no ser que haya sido una actuación gris. Porque si hay cierto decoro, aunque la estocada haya caído baja, enseguida sacan sus pañuelos a flamear aire en esta Fiesta que ha desembocado en triunfalismo de las orejas y puertas grandes. Cuántas veces hemos presenciado faenas serias y macizas que acabaron en silencio y era bastante más respetuosos que muchas orejas. Y si escribo de silencio no me refiero a los silencios de Sevilla, que son distintos.

Lo cierto es que en Salamanca se han regalado muchas orejas este feria, también porque el público las ha pedido y ya apenas quedan aficionados con rigor en esta tierra. En caso de haberlos, Manzanares no había dado ese recital de pases y pases por la circunvalación que ofreció en los dos toros de su lote; en caso de haber unos cuantos entendidos y una afición reivindicativa, como aquel tendido 5 de hace muchos años, lo hubieran silbado. Y después pitado al matar al toro. Pero en Salamanca quienes saben se sientan en el 7 y en el 8, entre ellos los ganaderos y esos no protestan, si acaso codean entre ellos. En fín…

De lo bueno lo mejor surgió de las manos de Ferrera, aunque ni de coña merecía dos orejas en el primero, ni tampoco la del cuarto, pero trajo frescura y el poso de esa veteranía que es siempre tan apreciaba. Mientras que Juan del Álamo lo mejor lo hizo en su primero, al que tardó en ver y lo descubrió en el albor de la faena, desde el momento que al finalizar el muletazo le dejaba la pañosa en la cara y ahí el toro embestía humillando y templado a sus engaños para lograr los mejores momentos.

Porque la tarde como fue un ejemplo del toreo moderno, con esas corridas como la de Núñez del Cuvillo donde solo se busca que valgan para la muleta, ¡qué sindios! Por eso uno prefirió dejar volar su imaginación desempolvando añoranzas, que a fin de cuentas, frente al actual triunfalismo, es el alimento para mantener la afición por esta Fiesta.

                                   Ficha del festejo

Salamanca, domingo, 15 de septiembre de 2019.  Con casi tres cuartos se han lidiado toros de Núñez del Cuvillo, desiguales de presentación, bajos de raza y de codicia. El mejor fue el primero, aplaudido en el arrastre.

Antonio Ferrera: Dos orejas y oreja.

José María Manzanares: Oreja y silencio tras aviso.

Juan del Álamo: Oreja tras dos avisos y oreja.

Cuadrillas: Se desmonteraron Fernando Sánchez tras banderillear a los toros primero y cuarto con enorme torería; Juan José Trujillo tras parear al segundo; e hicieron lo propio Mambrú y David Sánchez con el tercero. Jarocho lo hizo con el sexto.

LAS FOTOS SON DEL DIARIO DIGITAL SALAMANCA AL DIA

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

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