El poderoso capote de Manolo Romero

Manolo Romero es otro torero que acaba de hacer el paseíllo celestial. Allí, desde el momento de abrirle San Pedro las puertas de la gloria, habrá sacado su capote para bregar con su largura, poderío y temple al toro de San Marcos. Porque con él se va otro torero hecho en esa tierra charra, en la que dejó sus raíces y donde se ganó un nombre prestigio entre la torería.

Nacido en la localidad sevillana de Utrera, el 20 de noviembre de 1932, llega a Salamanca a finales de los años 40 perseguido por sueños de grandeza torera, en los tiempos que tantos muchachos ávidos de gloria taurina se asientan a la vera del Tormes. En la misma época que él también llega otra paisano suyo, aunque este nacido en Alcalá de Guadaira, llamado Antonio del Castillo, con quien hace tanta amistad que ambos llegan a residir juntos en la misma pensión. Poco después, Antonio del Castillo  fallece tras ser herido de gravedad en la plaza de Masueco de la Ribera.

Son tiempos difíciles, de hambruna y de dureza, de cartillas de racionamiento en una España que aún vive enlutada por el dolor de la Guerra Civil. Entonces el torero es el camino  más corto para redimirse de la necesidad y, como las oportunidades escaseaban, Manolo Romero se tira de espontáneo a un toro de los Hermanos Pacheco en Madrid. Nada detiene su vocación y, ya en 1951, se anuncia en numerosos festejos celebrados por la provincia de Salamanca y otras limítrofes, encontrando las primeras facilidades gracias al señor -Primitivo Lafuente, un antiguo banderillero aragonés a quien coge la Guerra en Salamanca, curándose de una cornada y en esa capital ya se instala para siempre-. Manolo Romero muestra afición y ganas, además de buen gusto, viendo frenados sus avances por varias cornadas seguidas que frenan su irrupción, viéndose obligado a volver a las capeas, compartiendo muchas de ellas con Andrés Vázquez, en los tiempos que es llamado El Nono.

No tardando mucho hace buenas migas con los hermanos César y Curro Girón, recién llegados a España, donde residen en la finca El Rual, que tienen los hermanos Pacheco cerca de Ciudad Rodrigo y entrena a su lado, sirviéndole de gran ayuda. Pero no acaba de triunfar con espada y muleta, casi siempre frenado por las cornadas.

Poco después, en 1955 decide hacerse banderillero y se enrola en la cuadrilla de Santiago Martín ‘El Viti’, entonces prometedor novillero de Salamanca, con quien permanece hasta la tarde de Ceret que sufre tan gravísima lesión en un brazo. Mientras El Viti se recupera, Manolo Romero torea a las órdenes Manolo Carra y enseguida, gracias a su bien oficio y capacidad capotera, es fichado por Curro Romero, con quien cumple dos campañas. Posteriormente torea con Efraín Girón, con el medinense Manolo Blázquez y a continuación varias temporadas con el portugués Amadeo dos Anjos, también en alguna ocasión con Dámaso Gómez. Y seguidamente está varios años con Miguel Maŕquez, al que siguen Frascuelo y Andrés Vázquez, su antiguo compañero de las capeas que ha alcanzado la meta de ser figura.

Años más tarde, ya entrada la década de los 70 deja atrás Salamanca, la tierra donde se casó y tuvo a sus hijos, para instalarse en Madrid. Allí, su nombre se hace habitual en los carteles domingueros de Las Ventas, donde toreó un buen número de tardes, además de hacerlo con otros muchos toreros que siempre lo llamaban gracias al poder de su capote, entre ellos Ortega Cano, antes de romper a torero de postín; en la segunda etapa de Paco Alcalde, y otros más, entre ellos los salmantinos Sánchez Bejarano y Juan José, con quien toreó varias veces en Madrid y otras plazas.

Desde que se retiró siempre mantuvo su afición a los toros siendo frecuente verlo en la plaza de Madrid y otras cercanas a la capital, siempre hecho un pincel, donde gozaba del respeto y consideración de todos los profesionales. Hace cerca de década y media, un nieto suyo acartelado como Díaz Romero intentó seguir sus pasos en la Escuela de Tauromaquia de Salamanca. Entonces,  cuando toreaba, Manolo Romero, siempre con su porte de torero, regresaba a esta tierra charra que lo adoptó con la felicidad de ver cómo su nombre continuaba en los carteles. Y allá donde estaba recibía el saludo y abrazo de los profesionales y antiguos compañeros suyos. Porque todos admiraron a este Manolo Romero que tuvo un capote largo, poderoso y templado, con el que seguro que va brega al toro de San Marcos.

 

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *