Con el toreo actual ocurre lo mismo que a los viejos pescadores en el instante de echar el anzuelo a las aguas turbias y enfangadas. Lo hacían expectantes de buscar sitios más claros para despejar las dudas de las corrientes inciertas. La Fiesta es una copia en esta época de interrogantes en la que no sabe dónde está cada cual y los peor las numerosas dudas del camino a seguir. El botón es la corrida sevillana de este Domingo de Resurrección que ha sido la muestra de cómo los frentes de la Tauromaquia están perdidos en el frondoso bosque de las dudas y el desconocimiento.
Por un lado un gravísimo problema es de la afición, porque la actual en su mayoría no sabe, ni conoce la lidia y menos la historia y se deja llevar, cada vez más, por las modas del triunfalismo y cortar las orejas a cualquier precio. Hoy la gente ya no sabe de toros, ni habla de ello. Prueba de ello ha sido la corrida de Sevilla en el momento que a Morante le devuelven un toro al corral y la gente no sabía qué hacer, si aplaudir o llorar. Si pedirle la oreja o pitarlo. El torero había estado elegante y artístico en la faena de la muleta, pero no fue capaz de rubricar con la espada y por lo tanto al escuchar el tercer aviso queda en tierra de nadie, o lo que es igual con el silencio o la bronca, aunque restando su gusto en el trasteo lo suyo es el silencio. Siempre fue así y no debe cambiar, porque el toreo debe tener una exigencia para alcanzar el triunfo.
Pero en ese momento, tanto en La Maestranza como en las modernidad de aficionados que seguían la corrida en televisión y opinaban en las redes sociales, hubo infinidad de dudas. Incluso lo obligaron a saludar en un momento en el que numerosas voces, incluso, ninguneaban la suerte de matar. Sí, a la llamada suerte suprema. La que da define a los matadores de toros. Desconocen que a la mayoría de las figuras se les ha ido algún toro al corral y no ha pasado nada, al ser algo que conforma la liturgia de la propia Fiesta. Pero lo que no podemos, independientemente de su arte y calidad, es sacar a saludar a un torero al que le han echado un toro al corral. Eso jamás. Para redimirse de no poder matar al toro ya tendrá nuevas tardes. O también el quite al toro que le corresponde, algo que contribuyó a realzar la leyenda del genial Pepe Luis Vázquez, quien muchas tardes aciagas las arregló con un quite al toro que le tocaba en lo que se dio en llamar el ‘quite del perdón’.
Esta tarde ha sido lamentable ver lo perdido que está el personal, pero lo peor es que, excepto honrosas excepciones, la mayoría han sido domesticados para hacerse del ‘club de las orejas’. Cuando la realidad es que las orejas son números y en el toreo son letras que quedan de las sensaciones. Si, esas mismas sensaciones con las que Morante nos emocionó en el toro que después fue incapaz de matar y frente a él demostró que en la Tauromaquia la gloria y el fracaso conviven en el mismo asiento.
Y es que bajo esas apreciaciones uno no teme ni a la izquierda radical. Ni mucho menos a los grupos que subvencionan a chavales como el holandés Peter Janssen para convertirlo en el héroe de la cosa antitaurina. El verdadero miedo es la falta de conocimiento de la afición, que pretenden asociar al ‘club de las orejas’ y anda tan desnortada como los viejos pescadores en el instante de echar el anzuelo a las aguas turbias.