Seguro que en estas vísperas de San Isidro los ángeles toreros han salido al encuentro de Amadeo para darle su bienvenida en la eternidad. O más que nunca a quien fue un torero extraordinario, el gran Amadeo dos Anjos -de Los Ángeles, traducido al castellano-, un hombre de bien que sembró la semilla de la amistad en todos los momentos de su vida. A un torero portugués hecho en Salamanca-después siguieron sus pasos Falcón y Rui Bento, como antes lo hizo Manolo dos Santos-, donde se instaló gracias al señor Primitivo García Encinas y pronto pasó a ser apoderado por Simón Carreño, de cuya mano llegó a la alternativa, tomada en La Glorieta durante la feria de 1962, en cartel de relumbrón y apadrinado por su íntimo Paco Camino y El Cordobés de testigo. Entonces, Amadeo, era un salmantino más y entre sus gentes un ídolo, porque supo ganarse al personal por su simpatía y atención, sin olvidar la enorme proyección de la que gozó y le hizo compartir cartel con todos los grandes de los 60 y 70.
Retirado, nunca faltaba a la cita salmantina de septiembre, instalándose en Campo Cerrado en la mayoría de las ocasiones, gracias a la amistad que tenía con toda la familia de don Atanasio Fernández. Aquellos viajes tenían su prolongación con la feria de San Mateo, en Logroño, otra ciudad en la que gozó de reconocimiento y admiración a su persona, por lo que no solía faltar. En todos los estamentos taurinos fue un hombre muy querido y, junto a la fidelidad a sus íntimos Paco Camino y el rejoneador Jorge Manuel ‘Manecas’, estuvo muy vinculado a los toreros de Salamanca, muy especialmente a Flores Blázquez, a quien ayudó en sus inicios, lo llevó al campo, le regaló ropa y trebejos, en una unión ya para siempre viva. O después a Julio Robles, a quien visitó en numerosas ocasiones en su finca de La Glorieta y a quien siguió por las plazas, además de llevarlo a tentar, a finales de los 70, a las grandes casas ganaderas de Portugal. También fue muy cercano al Viti, a Paco Pallarés y al Niño de la Capea; a Vicente de la Calle, quien fuera su mozo de espadas; a Adolfo Lafuente, peón de confianza; a Juan José, a Víctor Manuel Martín, a Andrés Duque… y a todo aquel que llamó a su puerta.
En Navidad nunca faltaba su llamada, ni tampoco los recuerdos cuando se encontraba en el camino de la vida a algún amigo común. Porque Amadeo era así, amigo para siempre de quien lo trató. Tal cual era como torero, un excelente muletero que tuvo tanta verdad y riqueza en la interpretación reflejado en numerosos triunfos. Disfrutamos a su lado de numerosos momentos, tanto en Salamanca como en Lisboa, uno muy especial, con ocasión de acudir para hacerle una entrevista y disfrutar a su lado de una inolvidable ruta turística por Estoril, Cascais, Sintra… hablando de toros y de sus recuerdos salmantinos, hasta que cayó la noche y nos esperaba la corrida en ese templo de Campo Pequeño. En la preciosa plaza lisboeta que tantas veces vibró con sus éxitos, ¡inolvidables sus manos a mano con Paquirri! Y donde aún conservando el porte de viejo torero, siempre recibía el tributo de los aficionados y profesionales.
Se ha ido para torear con los ángeles celestiales quien ya toreó con ellos en la tierra. Se va entre la tristeza de su reguero de amigos y en dolor en su tierra de adopción, donde gozó de máximo cartel y se le quiso tanto que ya siempre la tuvo en su corazón. Porque le gustaba decir que cada noche soñaba con volver a Salamanca, hasta estas vísperas de San Isidro, cuando los ángeles toreros han salido a su encuentro para darle su bienvenida en la eternidad.