Pamplona está inmersa en su San Fermín, en la Feria del Toro, el homenaje de un pueblo llano, diferente y solidario -el navarro-, al animal más bello, al toro bravo, rey de la dehesa y que en esta noble tierra recibe su particular homenaje cada año por San Fermín. En esa feria que es la más hermosa del calendario taurino y en la que todo el mundo tiene presencia viva más allá del matador o la figura de turno.
Preguntaban en cierta ocasión al maestro Santiago Martín ‘El Viti’, ídolo de los navarros desde aquel San Fermín de 1962 en el que corta un rabo a un Gamero Cívico y los mozos cantan: “¡El Viti, El Viti, El Viti es cojonudo, como El Viti no hay ninguno!”, coplilla que la censura franquista telegrafió a los medios a través de la agencia Cifra disfrazada de: “El Viti, El Viti, El Viti es pistonudo, como El Viti no hay ninguno!” . Pues bien, en esa interviú al grandioso maestro de Vitigudino le preguntaron su opinión sobre el ‘sol’ de Pamplona y esperando el entrevistador una respuesta contraria se encontró con la siguiente: “Merecen todo el respeto, ellos se juegan la vida cada mañana a cuerpo limpio, sin cuadrilla que los auxilie y sin otro emolumento que su orgullo. Es para envidiarlos y por eso siempre los tengo en mi máxima consideración”.
Y es que esa gente de Pamplona merece un pedestal, al igual que la feria del toro íntegro y billete a juego, limpio y grande, cuyos beneficios va destinados a las obras sociales de la Casa de Misericordia a favor de los más desprotegidos. Porque Pamplona y sus días de San Fermín hay que saber conocerlos y vivirlos, respirar esos aires e impregnarse de su magia para esperar la llegada del siguiente ‘7’ de julio tras cantar el ‘pobre de mí’. Es distinto y maravilloso el bullicio que la encierra, al igual que ese ‘sol’ que ha detenido la merienda y el insaciable afán de beber cada vez que un torero se juega la vida de verdad y torea echando la pata adelante para citar dando el pecho y aguantar el embroque. Porque ni Pamplona, ni su ‘sol’ quieren birlongos que acuden únicamente a firmar el expediente. Eso allí no vale, razón por la que han existido coletas, mínimos casos, que allí no fueron nunca bien recibidos y debieron de desistir, entre los que El Cordobés es el líder de esta lista negra.
Pamplona, además, siempre ha tenido un afectivo lazo de unión con Salamanca, de toros y también de toreros. Aunque en el apartado torista no acabó de romper, porque aunque ha habido éxitos importantes, lo cierto es que siempre se le dio más sitio al toro andaluz que al del Campo Charro. La presencia del singular y pintoresco Miguel Criado ‘El Potra’ fue fundamental en ese paso, además él también fue quien hizo posible que exista tanta vinculación entre la capital de la Ribera y la del Guadalquivir y alrededores, con muchos sevillanos, malagueños y gaditanos desplazados ese día a Pamplona, sin olvidar los grandes toreros béticos que fueron de culto en esa tierra, desde valientes como Diego Puerta hasta Emilio Muñoz, pero sobre los demás el rondeño Antonio Ordóñez, que fue quien mejor supo impregnarse de la magia sanferminera y a la que nunca faltó. O ahora el jerezano Juan José Padilla, idolatrado desde hace años por una solanera con la que ha sabido entenderse tan bien. De la misma manera que hace años lo supo hacer Antonio José Galán.
Y si a un charro anunciado con el nombre artístico de El Viti Pamplona lo adoptó como uno de su preferidos, ecos que se pronuncian aun nada más sacar a la luz la grandiosidad de su figura, no pueden olvidarse las ovaciones logradas por quien este año comparece dos veces, ya en la faceta de ganadero. Se trata del Niño de la Capea que allí se ganó el respeto y la admiración vestido de luces, con el culmen en 1974, año en el que corta un rabo a un toro de Manuel Arranz, que entonces era una divisa puntera y heredera de la leyenda de los ‘gracilianos’, que ha sido la vacada más brava que pastó en el Campo Charro, capaz de hacer figuras casi por sorpresa. Ocurrió a Chicuelo y más tarde a Manolo González, tras inmortalizar sobre las arenas venteñas a ‘Corchaíto’ y ‘Capuchino’. Los ‘arranz’ lidiaron varias reses de feliz recuerdo, al igual que ocurrió con los ‘atanasios’, los AP, los Sánchez Cobaleda, los Sepúlveda y en tiempos más recientes El Pilar o ahora Garcigrande, a cuyo carro se han subido las figuras que se pegan por triunfar con las embestidas de ese toro tan noble.
Salamanca siempre tiene billete de ida y vuelta en el que durante la estancia queda grabado para siempre el nombre. O sino que le hubieran preguntado a Julio Robles, quien decía que no le gustaría retirarse del toreo sin enamorar a Pamplona. Y lo hizo, ¡vaya si lo hizo! Fue la en la feria de 1989 en la que desorejó un toro bajo las gritos de ¡torero, torero! Aquel día, al despojarse del vestido de luces en el Hotel Maisonnave, dicen que dijo a sus íntimos que lo acompañaban, “ahora ya puedo dormir tranquilo”. Porque tres meses antes de rendir a Pamplona enloqueció a Sevilla con un faenón y esa Real Maestranza también era otra asignatura en su palmarés artístico. Después volvió Robles al siguiente año con una mansada de Atanasio y nada más romper el paseíllo fue obligado a saludar, en el tributo de admiración de los navarros.
Ahora llega la nueva edición de San Fermín y ya miramos a Pamplona, porque a Pamplona hemos de ir. A Iruña. La capital de todas las Navarras, la de la ribera, la pirenaica… Ya cuelgan los carteles de San Fermín y ya retumba la emoción al volver a sentir la abarrotada calle de La Estafeta a la hora del encierro en un hervidero humano protegido por el capotillo torero de San Fermín. Y por ese empedrado volverá a sentirse el rocío de las mañana del Campo Charro en los encierros de los toros del Niño de la Capea –también lidia otra de rejones-, el de Pedraza de Yeltes –con Juan del Álamo en el cartel-, al igual que Garcigrande, que de nuevo regresa a Pamplona. En esa capital que cada año rinde tributo en un homenaje de admiración al toro y que es la esencia de la mejor fiesta del mundo.